Como tú. Un hombre solo, como tú.
Sin conocer la luz del nuevo día, el timbre de un reloj me empuja a los apremios de una ciudad extraña, ajena a los apegos.
Un hombre solo, que atraviesa el portal sin despedirse, con el abrazo ausente; que renace y renace en el asfalto con el traje diario de pasar sin ser visto; que emprende los caminos por calles aprendidas, en busca de un espacio entre todos y nadie. Y clamo, como tú, y solo escucho la voz de una ciudad preñada de ruidos y silencios.
Busco una caricia en las esquinas y compro la pasión de los cuerpos prestados, fríos como el lecho donde abrigo los sueños mal despiertos. No hay secretos en esta alcoba abierta a las entregas vendidas a buen precio. No hay miradas más allá del deseo. Tuve el amor a punto y se hizo viejo. Ya nadie lo reclama.
Dónde la huida... Vivo llegando a paraísos aún no merecidos. Me alío a las esperas, me enredo en sus marañas con la certeza justa de no hallas más salida que la ciega costumbre.
La fiel monotonía de un reloj acompaña. Las agujas se pierden en círculos viciosos. Dibujan la constancia con el rostro redondo. Así es mi soledad.
Tras los cristales de algún café de barrio me protejo. Cansado apuro el café de las ocho. Alguien me mira y no lo reconozco, pero algo me empuja a compartir un trago y a brindar por nosotros, perdedores de qué inútil contienda, de qué justo designio.
Ya somos dos noctámbulos que deambulan sin rumbo, a la luz mortecina de unas viejas farolas. Quién podrá sumarse a este paseo, bajo lunas errantes, donde dos somos muchos...
Y torno a la casa, y me adentro en sus fríos igual que ayer, lo mismo que mañana. Apago el cigarrillo y apoyo la cabeza en la almohada. Escapo entre cuatro paredes, bajo la negra sábana de un cielo que me niega. Y voy muriendo...
Y amanezco.
Y de nuevo la vida me encuentra en sus despojos, desnudos de su carne. Y de nuevo la vida. Amante despechada que sale al paso. Me rindo a sus encantos y me humillo ante ella, y la sigo, y me arrastro, y pruebo sus filtros de acíbar y melaza, y paso, junto a ella, por cárceles y fugas, por la piel de la historia, por los bordes del verso. Y pasaré, como ella, cuando fuerzas me venzan. El final de la huida.