Nadie. No queda nadie.
A la luz mortecina de una farola vieja,
la silueta de un cuerpo teñido de cemento.
Ebria de alcohol y humo,
la calle es un rosario de esperanzas desiertas.
Soledades de asfalto.
La calle es una selva con nombres y apellidos.
Pero no queda nadie.
La silueta de un cuerpo se busca vacilante
trago a trago, y encuentra,
podrida en los escombros de la última noche,
su última mentira. Trago a trago.
Y un hombre que va consigo mismo ahogando su delirio,
deshojando la vida entre golpes de esquinas.
La silueta de un hombre que habla solo y le basta
para romper mutismos
cuando el mutismo es pacto de silencios ajenos.
Nadie. No queda nadie.
La silueta de un hombre que va consigo mismo,
que habla solo y le basta cuando todos se han ido.
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