Una gota tan solo es un torrente
si es última en la copa y,
confundida,
anega mi garganta y me desborda
en hábitos de sed.
Una gota tan solo es el hartazgo
bebida sin escrúpulo,
la punzada en el sorbo cuando el vaso
agota la embriaguez y me reserva
la lucidez más cruda.
Una gota, entre muchas,
fluye como la lava,
hiriendo los brocales del pozo de mis labios
en ascuas.
Una gota me sabe a tarde que culmina,
a nada y tarde,
a vidrios contra el suelo consumados los brindis,
exprimida la queja donde mi paz se enerva.
La queja, la acompasada queja
que enloquece en su canto
gota a gota.
Errantes, frente a la noche solos. Con la palabra como única compañía. La palabra hecha canto. La palabra como salvación, como catarsis. Mientras la luz nos niegue.
domingo, 29 de octubre de 2017
domingo, 22 de octubre de 2017
MÍA Y LA TARDE: SOLILOQUIOS
A espaldas de la piedra,
rompe la soledad,
emergen los abismos,
se aprenden los atajos del silencio.
Queda esperar,
siquiera frente al alba.
Esperar su resplandor naciente,
abrir al mirador del aire
el alma que me sobra.
Que se arañe de brisas,
que estalle, cual diluvio de besos,
en las bocas sedientas,
que perciba en su vuelo
la levedad del pájaro en la rama.
Una calle desierta me invita a transitar,
y camino sin rumbo.
Por las anchas aceras habitan los portales
y el alba entra.
Yo la sigo por el largo pasillo de su voz.
Nada detiene.
No hay llaves que sepulten el alma que aún me habita.
Nada detiene.
No hay tiempo ni memoria
a espaldas de la piedra.
rompe la soledad,
emergen los abismos,
se aprenden los atajos del silencio.
Queda esperar,
siquiera frente al alba.
Esperar su resplandor naciente,
abrir al mirador del aire
el alma que me sobra.
Que se arañe de brisas,
que estalle, cual diluvio de besos,
en las bocas sedientas,
que perciba en su vuelo
la levedad del pájaro en la rama.
Una calle desierta me invita a transitar,
y camino sin rumbo.
Por las anchas aceras habitan los portales
y el alba entra.
Yo la sigo por el largo pasillo de su voz.
Nada detiene.
No hay llaves que sepulten el alma que aún me habita.
Nada detiene.
No hay tiempo ni memoria
a espaldas de la piedra.
domingo, 15 de octubre de 2017
MÍA Y LA TARDE: SOLILOQUIOS
Sobre piedra renazco.
Descorro las cortinas.
Sobre piedra
la mañana es un paisaje herido.
Amanecen las calles
al otoño sin flor de los balcones.
Bajo nubes mugrientas
se asientan los suburbios
y parecen perderse a humos de la luz.
Despierto igual que ayer
y a la hora de siempre.
La memoria golpea en los espejos
pero nadie responde. Nadie.
Ni siquiera un recuerdo
que temblara en los ojos vacíos
de aquella que se fue,
aquella que se escapa día a día,
sin ruido,
por mañanas idénticas,
rotas las suelas,
a tientas por la selva de cemento.
Aquella que se fue
nunca regresa.
Y vuelvo sola.
Despojada de mí
renazco de morir cada mañana
mientras calla el reloj del último minuto,
mientras la lluvia prende
sobre piedra.
Descorro las cortinas.
Sobre piedra
la mañana es un paisaje herido.
Amanecen las calles
al otoño sin flor de los balcones.
Bajo nubes mugrientas
se asientan los suburbios
y parecen perderse a humos de la luz.
Despierto igual que ayer
y a la hora de siempre.
La memoria golpea en los espejos
pero nadie responde. Nadie.
Ni siquiera un recuerdo
que temblara en los ojos vacíos
de aquella que se fue,
aquella que se escapa día a día,
sin ruido,
por mañanas idénticas,
rotas las suelas,
a tientas por la selva de cemento.
Aquella que se fue
nunca regresa.
Y vuelvo sola.
Despojada de mí
renazco de morir cada mañana
mientras calla el reloj del último minuto,
mientras la lluvia prende
sobre piedra.
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