A espaldas de la piedra,
rompe la soledad,
emergen los abismos,
se aprenden los atajos del silencio.
Queda esperar,
siquiera frente al alba.
Esperar su resplandor naciente,
abrir al mirador del aire
el alma que me sobra.
Que se arañe de brisas,
que estalle, cual diluvio de besos,
en las bocas sedientas,
que perciba en su vuelo
la levedad del pájaro en la rama.
Una calle desierta me invita a transitar,
y camino sin rumbo.
Por las anchas aceras habitan los portales
y el alba entra.
Yo la sigo por el largo pasillo de su voz.
Nada detiene.
No hay llaves que sepulten el alma que aún me habita.
Nada detiene.
No hay tiempo ni memoria
a espaldas de la piedra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario