El cenicero repleto de colillas, la taza de café, la pluma espesa, libros sobre la mesa amontonados, y yo, frente al papel, en mi desorden.
Dudo. No sé si escribo o hablo, si pienso o sobrevivo, si estoy fuera o me siento vertida en mis impulsos, si soy otra, de mí desconocida.
Dudo. En mi desorden, dudo. Imagino y no creo en mis fantasmas. Se sublevan y, a veces, me rehuyen. Otras veces se arriman ateridos, y los puedo tocar en el desorden de este cuarto cada vez más pequeño. Este cuarto donde nada más cabe: la última colilla, los posos del café, la pluma seca, libros sobre la mesa abandonados, y, ante el papel, la duda, que anochece conmigo, en mi desorden.
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