Me devuelves el rostro de aquella juventud,
precisamente ahora,
cuando te siento extraña. Ahora,
que mi piel sangra versos
que nunca escribiré,
posas desnuda frente a mí,
detenida en el cuadro,
ajena a mis batallas.
No insistas.
No sabría envejecer por dentro
y ceñirme tus ropas,
suplantar tu sonrisa,
y mentirme de nuevo.
No acepto tu limosna.
No insistas.
Ya no somos la misma.
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