Erguida frente a mí,
la pared, desconchada,
me adentra en sus paisajes.
Apuro el cigarrillo
y un café sin azúcar.
Me acomodo ante ella.
En el vagar del tedio
me mira, y yo la miro.
Tantas veces las horas
clavaron en mis ojos
la altivez de sus muros,
que hasta puedo tocarla
y escribir sin temor
mi nombre en los resquicios
de una albura insolente:
"Mía desde la espera,
y hacia la espera, sola".
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